He notado que, cuando no estás, al lavar los trastes lo
primero que lavo es la taza que te traje de París; ésa en la que te preparo el café y que a veces te recibe acompañada de una cena para cuando regresas del trabajo o algún viaje, y lo hago con bastante
cuidado.
Seguramente porque se trata de algo tan nuestro, tan de mí, tan tuyo; porque
me hace evocar aquella emoción que sentía al pensar en tu mirada y el fulgor
con el que dejarías inermes a mis ojos cuando me vieras regresar. Cuando en ellos percibieras que, a pesar de la distancia,
jamás me alejé de ti.
Esta mañana no me sabe, ni siquiera con el cafecito que igual tú siempre me dejas… y mejor no hablar de la noche; extrañé tanto el inefable efluvio
de tu piel, en tu cuello sobre todo. Sentí que me faltaba aire y cómo no
sentirme así, si me faltó la temperatura de tus besos, yesca de mi corazón, la
calidez de tus ojos, la tenue intensidad de tus caricias, mi mejor cobijo.
La lluvia, la neblina y el frío, no deberían ocurrir en
las noches donde no podamos estar juntos.
Podría decirte que me encantaría estar abrazado a tus
ebúrneos muslos y comenzar a besarte para excitar tus dendritas, presionar poco
a poco tu cuerpo contra el mío para ir mojando, primero, tu córtex con
serotonina y poner a palpitar tus meninges como suelo hacerlo con tu clítoris.
Hacer con cada poro de tu espalda un laberinto para perderme y re-perderme sin
intenciones de querer hallar la salida.
Es tan excitante saber que estás tan
dentro de mi mente aún cuando yo no estoy dentro de tu cuerpo… pero hoy no, hoy
te extraño diferente, hoy extraño las pláticas, los "chiqueos", las risas… te
quiero. Y me siento distante, no sé por qué me he puesto a pensar que, en estos
días de prolongada ausencia, pudieras aburrirte, perder el deseo, el cariño. Te deje de parecer
interesante, dejes de sentirte tan bien conmigo. Sé que no es así, esto sólo se
debe a que ahora yo he sido el que se ha quedado.
Y es que bien sabes que cuando estoy contigo a mi
camisa le sobran botones y a la noche le faltan horas.
El martes me quedé observándote desde la puerta hasta que te
perdiste entre los arbustos y con la mirada
te abracé, te besé, te dije “no quiero que te vayas”. Pero así son las cosas, a veces difíciles
cuando se experimentan por vez primera, ya después uno se “acostumbra” pero eso
no significa que no las sienta. Me pareció tan contradictorio que el mismo
lugar que tanto nos ha unido sea también el que ahora nos separaba... nuestra
casa.
Y sí, justo antes de dormir pude ir y navegar por la web,
buscando algún otro poema de Gioconda Belli o leerte algo de Henry Miller, me encanta coquetearte, seducirte.
Copiarte enlaces de mis otros fotógrafos favoritos,
Nobuyoshi Araki o Ellen Von Unwerth, intentando estimular tu apetito visual con
sus fotos llenas de erotismo y sensualidad. O finalmente, masturbarme y grabarme para mandarte esos videos que tanto te ponen, porque simple y brutalmente te extraño, y mucho.
Con todo mi cuerpo, mi mente y mi corazón.
Porque con la
boca seca pude haber dicho sediento tu nombre. Porque con mis manos calientes
me habría aferrado, abrazando la almohada fría.
Porque con mi ocurrente
pensamiento es que expreso el que hayas ocurrido a través de todos esos detalles que te encantan, que te enamoran.
Porque al tocarme, mi corazón late más rápido y quisiera
que cada instante pasara más lento, justo como cuando camino a tu lado.
Porque
todos ellos se manifiestan en la tambaleante redención que antecede la catástasis de un orgasmo que
libera la contención de tu existencia, que atraviesa e invade, en cuestión de segundos, mi cuerpo, mi vida, su tiempo, su significado... pero en vez de hacer alguna de esas cosas he decidido venir y
escribirte, acariciar con letras tu ausencia y disfrutarte aunque no estés.
Te extraño mucho, te quiero toda, y te quiero ver ya.
Tu nombre, bien es un parónimo de delicia ¿lo sabías?